http://www.losandes.com.ar/notas/2012/7/22/frontera-griega-puerta-trasera-para-europa-655995.asp
En la estación del tren en esta ciudad, un hombre sin rasurar, con
mirada cansada, estaba recargado contra la pared de ladrillo de un
edificio, tomando el sol matutino.
Dijo que su nombre era Zulifoar Baht; que tenía 38 años, que era de
Paquistán, y que su tren rumbo a Atenas llegaría hasta con media hora de
retraso. Así es que sólo podía esperar, junto con una docena más o
menos de inmigrantes indocumentados que finalmente habían llegado a
Grecia desde Turquía, cruzando una de las fronteras más porosas de
Europa.
La frontera de 126 millas entre Turquía, que no es parte de la Unión
Europea, y Grecia, que sí es, se ha convertido en la puerta trasera para
entrar, lo cual hace que los países miembros se resientan más que nunca
porque sigue creciendo la oleada de inmigrantes de Oriente Próximo, el
sur de Asia y África.
Frontex, el organismo de vigilancia fronteriza de la Unión Europea,
estimó que una gran mayoría de cruces en 2011 ocurrió en la frontera
greco-turca. El año pasado, dijo Frontex, más de 55.000 personas
cruzaron la frontera, un incremento de 17 por ciento respecto del año
anterior.
El flujo provocó el aumento en las tensiones por toda Europa, al grado
en que el alto funcionario francés responsable de la inmigración sugirió
seriamente que se construyera un muro a lo largo de toda la frontera.
En Grecia, se estima que una de cada 20 personas está ilegalmente en el
país, en un momento en el que se hunde en la deuda, la extrema derecha
obtiene logros políticos y se hacen cada vez más comunes las situaciones
en las que vigilantes blandiendo cuchillos desquitan su frustración con
los inmigrantes.
Zarif Bajtyri, de 28 años, un dramaturgo enjuto, espabilado y aspirante
a director de cine, dijo que huyó de Afganistán en 2006, tras haber
hecho enojar a las autoridades con una obra de teatro, que escribió y
dirigió, en la que critica a la poligamia. La historia de Bajtyri es
triste: llegó a Grecia, donde lo encarcelaron y después lo liberaron,
luego siguió por una ruta que lo condujo a Italia, Noruega, Suecia y de
vuelta a Grecia en 2010 porque fue el punto de entrada.
Él, como muchos otros, ha estado atrapado en el sistema de refugiados
de Grecia, cuyo trabajo está muy retrasado, lo que es resultado, en
parte, de una norma antigua de la Unión Europea que estipula que la
solicitud de asilo debe originarse en el primer país al que entró el
inmigrante. Eso cambió en enero de 2011, cuando el Tribunal Europeo de
Derechos Humanos falló que enviar a quienes buscan asilo de regreso a
Grecia podría violar sus derechos fundamentales porque el sistema griego
se ha saturado y son muy malas las condiciones de vida.
Atenas está construyendo una barda de 7.3 millones de dólares en la
frontera turca para cerrar el reducido cruce terrestre entre ambos
países, pero pocos esperan que se detenga la afluencia. Al rechazar la
solicitud de Grecia para que la ayudaran a pagar la barda, la Comisión
Europea dijo que sería “inútil”.
El último obstáculo para llegar a Grecia es el valle del río Evros, que
comienza en el norte, en la ciudad turca de Edirne, otrora la capital
del Imperio Otomano. Al sur, del lado griego, las granjas a veces están
rodeadas de alambre de púas y tienen letreros que advierten de la
presencia de minas terrestres en los senderos adyacentes a los maizales.
Aldeanos en la frontera hablan de inmigrantes que salen del río,
mojados y con frío, para iniciar el recorrido hasta Atenas.
Sin embargo, la última escala para la mayoría de los inmigrantes
realmente es Estambul, la muy poblada ciudad turca que es imán para
quienes con frecuencia han caminado durante meses por las tierras
remotas de Afganistán, Paquistán e Irán. Se ha criticado a Turquía por
tener requisitos liberales para las visas, lo cual facilita que los
inmigrantes entren legalmente al país y después continúen. Ciudadanos de
Kazajistán, Kirguistán, Siria e Irán, entre muchos otros países, no
necesitan visa para entrar en Turquía.
Una vez ahí, comparten departamentos hacinados y tratan de encontrar
trabajo y ahorrar suficiente para pagarles a los contrabandistas por
documentos falsos y pasaje para cruzar la frontera.
En el sótano abarrotado de una lúgubre fábrica de ropa en Estambul,
Mustafá Mirzaie, de 18 años, trabajaba con su amigo Husein Rezaie en la
reparación de un lavadero. Ambos son de Afganistán, una importante
fuente de refugiados que tratan de llegar a Europa. El invierno pasado,
caminaron 24 horas por las montañas heladas de Irán para entrar en el
este de Turquía. Ahora hacen trabajitos para mantenerse hasta que puedan
continuar el viaje. “Es difícil pero es la única opción que tenemos”,
dijo Mirzaie. “Trabajaré aquí y voy a encontrar a un contrabandista. No
tenemos otra opción”.
Sentado en un café al aire libre hace poco en uno de los barrios pobres
de Estambul, un contrabandista llamado Mustafá habló sobre cómo opera
su negocio.
Lleva a 16 personas a la vez en una camioneta de Estambul a la
frontera, donde sus clientes caminan una hora hasta el río Evros y luego
lo cruzan en balsas de hule. Cobra 1.000 dólares por persona por el
viaje de tres horas. Contó que les dice a sus clientes que no tengan
miedo de que los atrapen del lado griego de la frontera. “Les digo que
no se preocupen porque no los quieren deportar”, dijo. “Sólo te quieren
registrar y tomar el dinero de Naciones Unidas”.
A veces, no obstante, el recorrido simplemente es demasiado difícil.
Hay un reducido número de personas que han llegado a Grecia, y está
aumentando, pero regresan a Turquía.
A principios de este año, un día ventoso en Estambul, Mustafá y Alí,
dos refugiados afganos de 17 años, estaban parados temblando en un
parque en el mar de Mármara. Habían logrado llegar a Alejandrópolis pero
se les había acabado el dinero. Así es que regresaron a Estambul.
Sus únicas pertenencias eran los zapatos, los pants y las camisetas que
llevaban puestas. Habían esperado horas a un contacto en Estambul, pero
no había aparecido. Sin documentos, hasta temían dejar el parque y
buscar ayuda. Así es que estaban sentados ahí, mirando el mar,
preguntándose qué harían después.