La crisis de Grecia coloca en el punto de mira a los inmigrantes

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El reloj de la vieja estación de tren de Corinto está parado en las 9.33. El año pasado, la compañía estatal de ferrocarriles, con grave déficit, canceló buena parte de sus líneas. Ahora, los bancos vacíos en el andén de la estación se oxidan lentamente al sol del Peloponeso y las malas hierbas sepultan las vías. En la vieja oficina, los libros de cuentas están aún abiertos sobre la mesa, los papeles amontonados y la luz encendida, como si un día, de repente, alguien hubiese dicho a los trabajadores: Mañana no vengáis, se ha terminado el tren. Como el Estado del bienestar. Terminado. Fin.

Pero entre los trenes abandonados y las vías llenas de basura algo se mueve. Unos 50 inmigrantes, a los que la crisis ha empujado a la miseria, han encontrado cobijo en los vagones. Tarik, un marroquí de 23 años, llegó hace cuatro a Grecia. Tenía papeles y trabajó en varios lugares: «Pero con la crisis, los extranjeros fuimos los primeros en perder el empleo». «Aquí ya no hay trabajo para nadie», se queja Adam, cocinero marroquí. Sus condiciones de vida son muy duras. Muchos de sus compañeros han enfermado pero no disponen de dinero para acudir al hospital, donde solo los aceptan de forma gratuita cuando su situación es extremadamente grave.

La mayoría llegó a Grecia a través de Turquía. Los algo más de 200 kilómetros de frontera común, se han convertido en el mayor punto de entrada a la Unión Europea y el año pasado, las patrullas de FRONTEX detuvieron ahí a 57.025 inmigrantes, aunque la cifra de los que consiguieron pasar es probablemente mayor. Actualmente, en Grecia vive un millón de inmigrantes regulares y se calcula que otro medio millón sin papeles. Los centros de internamiento no dan abasto y los detenidos que no pueden ser deportados, son liberados al cabo de unos días. Y casi ninguno quiere quedarse en Grecia.

«Por favor, explicadme cómo salir de esta mierda de país. Si llego a saber cómo era no vengo», se queja un viejo argelino. En ciudades costeras como Corinto, Patras o Igumenitsa, los inmigrantes buscan colarse en los buques con destino a Italia para seguir rumbo al norte. Pero no es fácil, pues hay mucha vigilancia privada que no duda en moler a palos a todo el que trata de viajar como polizón: «Llevo seis meses intentándolo -prosigue el argelino-. Cada vez hay que arriesgarse más».

En otro vagón se halla Mostafá, de 20 años y amante del arte. Un afgano le pide que dibuje algo y él comienza a trazar las líneas del barco de la Hellenic Seaways, que parte cada semana para Venecia. Como si dibujándolo pudiese hacer realidad su sueño de escapar. Veinte minutos después, Mostafá estará tendido en el suelo con dos costillas rotas, víctima de una brutal agresión de la que este periodista fue testigo.

AMANECER DORADO / Según algunos vecinos, los agresores podrían estar ligados al grupo nazi Amanecer Dorado (AD), que en las elecciones del 6 de mayo logró el 7 % de los votos. «AD se está organizando en esta zona. Es una sociedad conservadora que busca a quien culpar de la crisis», explica un activista local. En los últimos tres meses de 2011 las oenegés detectaron 63 ataques racistas en Grecia, aunque prácticamente ninguno ha sido investigado por la policía. «Ya nadie quiere ayudar a los inmigrantes porque los griegos tienen su propios problemas», lamenta Nikitas Kanakis, presidente de Médicos del Mundo en Grecia.

De ahí que esta bomba social estalle ahora con más frecuencia. En Patras ocurrió la pasada semana, cuando tres afganos mataron a un joven griego, presuntamente por una disputa sobre drogas. El martes, una manifestación de protesta apoyada por los nazis se dirigió hacia una fábrica abandonada donde viven cientos de inmigrantes y los atacaron con cócteles molotov. Intervino la policía y ocho agentes acabaron heridos. A lo largo de la semana AD envió a sus muchachos desde Atenas y los disturbios continuaron.

Muchos inmigrantes están buscando rutas alternativas a los barcos hacia Italia: por Albania o Macedonia y, atravesando los Balcanes, llegar hasta Austria. Es muy complicada puesto que implica salir de la UE y atravesar nuevas fronteras. El iraquí Walid pagó 3.000 euros a los traficantes para que le llevasen por esa ruta, pero fue descubierto en Hungría y, en virtud de la normativa europea Dublín II, devuelto a Grecia. «Hay una gran hipocresía en el resto de Europa. Los inmigrantes no quieren quedarse en Grecia pero el norte cierra sus fronteras y los devuelve», denuncia Kanakis. «Aquí la situación es muy jodida», explica el tunecino Rami: «Todos queremos irnos para el norte, para Europa». Para ellos, Grecia ya no es Europa.