El 27 de marzo de 2011, 72 inmigrantes africanos que huían de la revolución contra el régimen de Muamar el Gadafi emprendieron un peligroso viaje por el Mediterráneo en un pequeño bote inflable. Sólo 11 de ellos sobrevivieron. Su bote encalló el 10 de abril en las costas libias.
Sus testimonios escandalizaron a la opinión pública europea: durante su infernal viaje a la deriva se cruzaron con embarcaciones militares o pesqueras, e incluso fueron identificados por aeronaves de la fuerza aérea, pero ninguno de ellos los rescató.
El pasado 29 de marzo, el Consejo de Europa presentó su informe final sobre una investigación que realizó sobre el caso. La ponente del reporte es Tineke Strik, senadora del Partido Verde holandés, que pertenece al Grupo Socialista de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, con sede en Estrasburgo, Francia.
Sus hallazgos son insólitos y la narración de los hechos, tal como lo vivieron los sobrevivientes, a quienes ella entrevistó, es dura y emotiva.
La senadora holandesa comienza su reporte con el contexto. A mediados de febrero de 2011, recuerda, la población de Libia comenzó a sublevarse contra la dictadura del coronel Gadafi. En cuestión de semanas la situación política y social se deterioró y derivó en un enfrentamiento armado entre rebeldes y fuerzas favorables al régimen. Totalmente desprotegidos, muchos refugiados e inmigrantes que no pudieron huir del país por tierra se vieron forzados a hacerlo por vía marítima.
El 19 de marzo comenzaron los ataques de la comunidad internacional contra Libia. La situación de los inmigrantes empeoró todavía más, sobre todo para los de origen subsahariano, a quienes se acusaba de ser mercenarios a sueldo de Gadafi.
Dos días antes, el 17 de marzo, la resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU expresó la preocupación “por la difícil situación de los refugiados y trabajadores extranjeros obligados a escapar de la violencia”.
El 29 de marzo, la Oficina del Alto Comisionado de la ONU para los Refugiados reportó que la violencia estaba siendo “específicamente dirigida contra los refugiados y los demandantes de asilo”.
Ese mismo organismo había informado el 23 de marzo que 351 mil 673 personas habían escapado de Libia a través de Túnez, Egipto, Nigeria y Argelia. Pero en el caos desatado, muchos habían quedado atrapados en la capital, Trípoli. Si se quedaban ahí podían ser linchados o morir en los combates, y escapar a Túnez por tierra era muy peligroso. La última opción era intentar salir por el Mediterráneo, lo cual aprovecharon los traficantes para organizar viajes a la isla italiana de Lampedussa.
La partida
Entre la media noche y las dos de la mañana del 27 de marzo de 2011, un grupo formado por 50 hombres, 20 mujeres y dos bebés, todos subsaharianos, abordaron en el Puerto de Trípoli un bote inflable de no más de siete metros de largo. Algunas de las mujeres estaban embarazadas y todos los adultos eran muy jóvenes, tenían entre 20 y 25 años; provenían de Etiopía, Nigeria, Eritrea, Ghana y Sudán.
Los sobrevivientes narran que los militares libios los acompañaron a abordar el bote de fortuna. Los contrabandistas les quitaron sus provisiones para que pudieran subir más personas hasta casi estar unos encima de otros. Así, en la total oscuridad y con solo una caja de galletas y unas pocas botellas de agua, emprendieron el viaje.
Les habían dicho que les tomaría 18 horas de navegación llegar a Lampedussa. Cuando superaron ese tiempo la gente comenzó a sentirse mal física y mentalmente. En ese momento escucharon el ruido de una pequeña aeronave que patrullaba la zona. La senadora Strik está convencida que se trata de un aparato de la Defensa francesa, la que reconoce haber tomado desde una de sus aeronaves la fotografía de un bote inflable con unas 50 personas a bordo, en día y hora que coincide con el testimonio de los sobrevivientes, pero niega que tenga relación con el caso.
Cuando esa aeronave se alejó, los ocupantes del bote entraron en pánico. Había nubes negras en el horizonte. Un ganés, que viajaba con su mujer y que había sido designado “capitán”, decidió llamar con su teléfono satelital a un sacerdote eritreo que vivía en Roma, el padre Zerai, quien le había proporcionado su número para un caso de emergencia.
El padre escuchó al hombre decirle que estaban en problemas, que había mujeres y niños a bordo, que ya casi no tenían combustible y que el mar estaba muy agitado.
De inmediato, a las 6:28 de la tarde, el religioso se comunicó con la Guardia Costera italiana a través del Centro de Coordinación de Rescate Marítimo de Roma (CCRMR) y les explicó la situación. También proporcionó el número del teléfono satelital para que los pudieran localizar.
El padre mantuvo comunicaciones con los inmigrantes y actualizaba al CCRMR. El padre dijo que no sabía si el bote había naufragado o no, pero que en el teléfono escuchaba gritar a la gente: “¡tenemos una emergencia, tenemos una emergencia!” y “¡socorro, socorro, apúrense, apúrense!”.
El padre y la Guardia Costera enviaron mensajes de texto con instrucciones para activar el servicio de comunicación de datos GPRS (General Packet Radio Service) del teléfono satelital a bordo, lo cual no fue posible. Cuando la Guardia Costera llamó para preguntar los detalles de su ubicación, la batería del teléfono se terminó.
Sin embargo, la Guardia Costera pudo obtener los datos de su ubicación a través del proveedor de comunicación satelital Thuraya: el bote se encontraba a 96 kilómetros de la costa de Trípoli.
Un helicóptero militar italiano se aproximó al bote. Los inmigrantes estallaron de júbilo, aplaudían y alzaban a los bebés para que los vieran los militares, que con ayuda de una cuerda descendieron varias botellas de agua y cajas con galletas. Hicieron gestos de que esperaran y se fueron. Pero ya no regresaron.
Alertas en el vacío
Con las coordenadas de localización del bote, a las 19:54 horas el CCRMR lanzó por varias redes y canales satelitales un mensaje de “SOCORRO” (DISTRESS en inglés, la máxima fase de alerta en la Convención de Búsqueda y Rescate) dirigido a los barcos que navegaban por la zona del canal de Sicilia.
A las 20:48 alertó por teléfono y fax al Centro de Coordinación de Rescate de Malta. A las 21:48 horas envió una alerta por fax al cuartel regional de la OTAN en Nápoles, Italia, solicitándole que avisara a su flotilla de barcos.
Al día siguiente, 28 de marzo, a las 6:06 de la mañana, el CCRMC envió una alerta bajo otro código marítimo –que advertía de un navío “en necesidad de asistencia”– a la Agencia Europea para la Gestión de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores de los Estados Miembros de la Unión (FRONTEX). Ese mensaje fue enviado cada cuatro horas durante los siguientes 10 días y pudo ser captado por embarcaciones de todo tipo.
En el bote estaban desesperados. El motor había sido apagado. Comenzaron a rezar. Una disputa surgió: el “capitán” no quería moverse de posición por si regresaban a rescatarlos, pero otros ocupantes querían que recuperara la trayectoria trazada por los “polleros”. Pero no podían porque el “capitán” había tirado al mar la brújula y el teléfono satelital cuando pensó que el helicóptero los rescataría, ya que no quería ser involucrado con la red de polleros.
Mientras navegaban a la deriva, se cruzaron con un pesquero con bandera italiana, pero cuando se intentaron acercar, los marinos levantaron sus redes y se alejaron. También lograron entablar contacto con un pesquero tunecino. Los pecadores les dijeron que no iban en la dirección correcta hacia Lampedussa y les indicaron una nueva. Los inmigrantes comentaron que no tenían ya combustible, pero los tunecinos contestaron que no podían compartir su reserva y se fueron.
La senadora Strik reporta también que el 27 de marzo, cerca de la infortunada embarcación navegaba el barco de aprovisionamiento chipriota Sea Cheetah, que no intervino por iniciativa propia ni tampoco le pidió que lo hiciera el CCRMC.
Abandono
Las horas siguieron pasando. Los inmigrantes decidieron entonces prender el motor y seguir adelante en dirección noroeste ayudados por la posición del sol. El bote se quedó pronto sin gasolina. No había comida y faltaba agua para beber. Estaban en medio del Mediterráneo. Los inmigrantes entraron en pánico: el mar estaba picado, el viento soplaba cada vez más fuerte y las olas eran cada vez más violentas. El bote comenzó a sacudirse y a llenarse de agua; algunos tripulantes cayeron al mar y no pudieron ser salvados.
La situación se volvió insoportable: los ocupantes comenzaron a alucinar y a hablar de manera incoherente. Muchos no podían dormir y solo bebían agua de mar, lo que produce sed excesiva, daños cardiacos y cerebrales, dolores de cabeza, mareos, náusea, vómito y deshidratación. Un día, una mujer, presa de pánico, se lanzó al mar.
El quinto o sexto día comenzó a morir la gente; los niños primero. El décimo día la mitad había fallecido y sus cadáveres tuvieron que ser arrojados al mar por el olor insoportable que emanaba de ellos.
Fue durante ese último trance que el bote pasó tan cerca de un gran buque militar que los inmigrantes pudieron ver a los tripulantes con sus uniformes castrenses de diferentes colores y rampas para recibir helicópteros o jets. Los militares, aseguran los sobrevivientes del bote, comenzaron a verlos a ellos con ayuda de binoculares e incluso les tomaron fotografías. En el bote yacían todavía los cuerpos sin vida de los niños y de algunos adultos.
Los ocupantes del bote movían desesperadamente los brazos y gritaban en dirección del buque. Algunos saltaron al mar y otros intentaban acercar el bote remando con los brazos. Fue en vano. Nadie desde el buque intentó comunicarse con ellos y éste los abandonó sin haberles ofrecido ninguna asistencia. Los cuerpos de los bebés fueron echados al mar; también una mujer muy enferma.
Para identificar al buque, la senadora Strik pidió acceso a las imágenes que guarda el Centro Satelital de la UE. Para ello envió una carta a Catherine Ashton, Alta Representante de la Unión en Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y vicepresidenta de la Comisión Europea.
El 19 de marzo pasado Ashton respondió que el centro en cuestión no archivaba datos del área y tiempos que Strik le requería. Más sorprendente aún: le dijo que, debido a que las fechas de los hechos coincidían con la operación Protector Unificado de la OTAN, y a que habían ocurrido en zona marítima libia, la información pedida podría estar catalogada como “Información Confidencial” por la OTAN.
La senadora pidió la cooperación del RCCMR, pero éste alegó dificultades técnicas. El gobierno de Malta ni siquiera respondió a su petición de ayuda. Los ministerios de Defensa de Grecia, Francia, Italia, Canadá, Rumania y Turquía respondieron que sus barcos no navegaron en esa hora precisa. Reino Unido y Estados Unidos tampoco contestaron las solicitudes que planteó la legisladora holandesa a nombre del Consejo de Europa.
El 10 de abril el bote inflable encalló en la costa libia de Zilten, a 160 kilómetros al este de Trípoli. Los que llegaron fueron detenidos. Once personas sobrevivieron, pero una mujer murió en la playa y otro en prisión.
El reporte del Consejo de Europa revela también que un barco de la OTAN navegaba en las cercanías del bote desde el primer día. Sus portavoces trataron de negarlo: dijeron que no habían recibido ninguna señal de socorro del bote y que no tenían registro del incidente; que no había evidencia que un barco de la OTAN estuviera implicado; que el único barco al mando de la OTAN era un portaaviones navegando el 29 y 30 de marzo, es decir antes del incidente, y pasó a 100 millas naúticas de la posición del bote.
Strik narra que durante un encuentro con oficiales de la OTAN se le informó que el barco de la organización más cercano al lugar de los hechos estaba a 38 kilómetros de distancia del bote en desgracia, y no se le quiso proporcionar el nombre de esa embarcación.
La senadora holandesa obtuvo evidencia que apunta a que un barco de la OTAN estuvo a solo 17 kilómetros de los inmigrantes. El 27 de marzo a las 8:07 de la noche el Comando de la Flota Naval Italiana llamó al CCRMC. Advirtió que un navío de la OTAN se ubicaba a 17 kilómetros del bote que solicitaba auxilio. Se trataba del buque naval español Méndez Núñez, que podía rescatar a los inmigrantes en menos de dos horas.